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Concurso de Relatos Cortos Lee el relato ganador de 2021:

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1º premio, Categoría Relato Corto. Dotado con 700€ de premio

AUTOR:  
Israel Villaescusa Mendo


Santander

—Si le contara el secreto de su preparación tendría que matarle…

Indiferente, el sujeto recoge la inquietante y turbia mirada de Damián, que interpreta como irónica advertencia, no consiguiendo amedrentarle.

—Cuénteme, por favor, correré el riesgo —acepta ufano la propuesta con una carcajada que relaja el semblante serio de Damián—. He probado otros de renombradas marcas, pero este vino dorado tiene un gusto especial que no logro descifrar, es todo un descubrimiento.
—Se trata de una edición limitada, cuya técnica de elaboración se remonta a la época de mi abuela, quien con su encomiable esfuerzo sacó adelante esta bodega.

La bodega de la familia de Damián fue fundada en La Seca, en el subterráneo de una antigua casa solariega. Las nuevas instalaciones, construidas ya en el nuevo milenio a la salida de la localidad en dirección a Valladolid, un poco más allá de la ermita de San Roque, divisan a diario desde su atalaya la vida de los habitantes del pueblo. Dedicada desde hace unos años a ofrecer visitas guiadas por un módico precio, ofrece a sus visitantes catas de diversos caldos. Pero también cuenta con un paquete exclusivo con sus mejores vinos, que maridan unas espléndidas experiencias gastronómicas que clientes hedonistas reservan, pese a lo elevado de su coste.

Es precisamente Damián, encargado del negocio familiar y heredero de su gestión, quien atiende servicialmente a uno de ellos en una sala privada, ofreciéndole para empezar la degustación una cazuela de sopas de ajo y un plato de tomate de la tierra aderezado con aceite oliva extra virgen de aceitunas de Rodilana.

—Si así lo desea, sea pues —retoma Damián el hilo de la conversación —. ¿Por dónde empezar? Veamos, se lo contaré tal y como lo recogieron mis oídos y grabó mi memoria…

Cierra los ojos como si estuviera meditando y sumergiéndose en el pasado, comienza a relatar la historia.

—A mediados del siglo pasado mi bisabuelo era el panadero de La Seca. Apreciado en la comarca era su pan candeal, semejante al que le hemos servido en la mesa, cocido con esmero y dedicación en su horno de leña. Por cierto, el mismo horno en el que se ha asado el cuarto de lechazo que ahora mismo entra en la sala.


—¡Magnífico! —exclama petulante el cliente al contemplar el manjar, mientras rebaña el pringue del primer plato.
—Continúo. Al calor de la tahona fue creciendo mi abuela, una joven morena, de pelo corto y rizos rebeldes, que adornaban su frente de traviesos caracolillos. Sus ojos azules no pasaban desapercibidos allá donde se posaran, taimados y encandiladores, así que no tardaron de brotar a su vera diversos pretendientes.


Les presentó la casualidad una noche de agosto. Fue en las fiestas del pueblo, en la plaza del coso, acompañados por la música de la orquesta. Mi abuela, ataviada con el traje con el que bailaba la jota castellana durante la verbena, se movía liviana al compás de la melodía. Y por el influjo de sus movimientos se acercaron tres jóvenes.


Eusebio era alto y corpulento, brusco en sus ademanes y con un cuello tan musculado como el de un toro de lidia. Era hijo de un labrador de Rueda que poseía tierras dedicadas al trigo y la cebada, así como unas viñas viejas que había heredado recientemente por estos parajes. Su comportamiento estaba cargado de odio y resentimiento, aunque aquellos modales toscos mutaban entre las enraizadas cepas de las vides y sus gestos se volvían delicados. Las podaba con cariño, acariciando el tronco y sus intrincadas ramas, imaginando tal vez el talle de una mujer.
Fermín era un joven atractivo, presumido y descarado, muletilla que había acudido con la intención de saltar como espontáneo en la novillada. Era hijo de un ganadero de Medina del Campo, que siendo niño ya toreaba las gallinas con un trapo rojo. Más de un disgusto le dio a su progenitor cuando alocado se colaba entre sus vacas, asustando con sus gritos infantiles a los animales, aún a riesgo de ser aplastado y en varias ocasiones tuvo que rescatarlo. Recorría los pueblos lanzándose al ruedo, en busca de una oportunidad y sobre todo de protagonismo, ya que su heroica e insensata actuación le proporcionaba el señuelo necesario para coquetear con las jóvenes.


Y finalmente Luis, un chico tímido, introvertido y solitario, no carente de encanto. Era el hijo del ovejero de La Seca, y se encargaba a diario del rebaño de su padre. También le acompañaba los domingos al mercado de Medina del Campo e incluso había viajado con él en un par de ocasiones hasta Extremadura para cerrar algún trato.


—No sé si será cierto lo que me está contando o se lo está inventando. Me cuesta creer que conozca detalles tan precisos de esos personajes. Lo que sí que creo es que se está desviando del tema principal y me está vendiendo un folletín romántico.
—No, no lo crea. Le aseguro que la presencia de estas personas es importante para el devenir de los acontecimientos.
—Pues intente resumir un poco más, que los rodeos me impacientan. No se recree en su papel de trovador.
—Resumo. Eusebio y Fermín se acercaron a mi abuela, disputándose su atención, pero el cortejo acabó en trifulca, habitual por otra parte en todas las fiestas entre mozos de distintos pueblos. Aunque consiguieron separarlos, Eusebio amenazó con matar a Fermín en la próxima ocasión en que se encontraran. Luis se mantuvo al margen, prudente, con insinuantes miradas, prendado de aquella joven que contemplaba orgullosa la pelea.


Eran años de escasez, recientes las heridas y aún no cicatrizadas de una guerra que había enfrentado a hermanos y conocidos. Mi bisabuelo creyó conveniente para el futuro de su hija aceptar la petición de mano de Eusebio pocos meses después, pese a la sorpresa inicial y posterior reticencia de mi abuela. Pero al mismo tiempo comenzó a ser rondada por Fermín, quien osó solicitarla también como esposa.


—¡Tremendo lío! —exclama el interlocutor con una tajada de costilla en la mano.
—En efecto, pero aquella disyuntiva se resolvió, aunque de forma desafortunada, pues días más tarde apareció Fermín muerto y desangrado, atravesado por su estoque, sin signos de violencia. Algunos quisieron ver en aquel infortunio un simple percance y otros recordaron las amenazas de Eusebio hechas realidad, pero nada se pudo demostrar.
No puede decirse que mi abuela fuese feliz junto a Eusebio, pero al menos aquel matrimonio la permitió conocer el proceso enológico, iniciándola en este arte, desde la cosecha de los majuelos hasta la clarificación del vino, para la cual Eusebio utilizaba técnicas que no estaban bien vistas e incluso prohibidas.
—¿Qué clase de técnicas? —se interesa el cliente al tiempo que despacha el último trozo de lechazo.
—No se impaciente, tiempo al tiempo…
A la pobre muy pronto la visitó la desgracia con sus ropajes negros. Una mañana unos fuertes golpes en la puerta de su casa la despertaron. Unas palabras pesarosas e ininteligibles la demandaban. Siguiendo aquellos lamentos alcanzó la bodega, encontrando a Eusebio atrapado en la prensa. Gotas de sangre manaban de su enorme cuerpo, depositándose incesantes en la cuba.
Pero aquello no quedaría allí. La fatalidad sobrevolaba con sus alas trágicas. Fue una época de desdichas concatenadas en el pueblo. Aparecieron algunos vecinos de la comarca sumergidos en tinajas, aplastados por barricas o víctimas de accidentes sangrientos en vendimias nocturnas. Una especie de maldición que se cebaba con el sector de la uva.
—¿Qué fue de aquel otro joven? Me da en la nariz que andaba detrás de ello. Sospecho que aquel inocente escondía una personalidad enigmática.
—Ahora llegaremos. Mientras goce del postre con este queso de oveja. Lo elabora mi madre a mano, no probará nada más sabroso, se lo aseguro.
—Definitivamente esto tiene que ser gula. Le seré sincero, el dinero gastado en esta experiencia es de las mejores inversiones que he hecho en mi vida.
—Me alegro escucharlo. Disfrute, que estamos próximos al desenlace.
Un año más tarde, Luis atendía a sus ovejas a la intemperie. Se pasaba las tardes embelesado con el paisaje. Oteaba desde las lomas los campos de cereales. El viento de suroeste azotaba las cosechas y despeinaba en remolinos los cabellos de un mar de olas verdes y espigadas, aguas próximas a tornar doradas con la canícula del estío. Contemplaba curioso el espectáculo, sin perder de vista el pacer tranquilo de su rebaño, ajeno a los sigilosos pasos de una figura vestida de negro que discretamente se acercaba.
—Hola, Luis —le sorprendió el saludo de mi abuela —. Imaginé que estarías aquí. Creo que deberíamos hablar ¿Acaso no tienes nada que decirme?
—No —repuso cortante, y agachando la cabeza permaneció en imperturbable mutismo.
—Sé que me sigues desde hace tiempo y también que has callado todo aquello que has visto mientras me espiabas. Si de verdad me quieres, como me cuentan tus ojos y reservan tus palabras, seré tu esposa, ya estoy cansada de vestir lutos. Pero habrás de seguir en silencio. El vino ha sido todo un éxito. Además, necesitaremos más sangre para la siguiente añada…

Las últimas palabras de Damián atragantan al cliente el vino degustado y la copa se le resbala de la mano, estallándose contra el suelo. Un ligero pinchazo le devuelve al presente, justo a tiempo de contemplar a su espalda la figura enjuta y encorvada de una mujer de avanzada edad. Se refleja su propio miedo en aquellos viejos ojos azulados, oscuros y profundos océanos enmarcados en un rostro surcado de arrugas, mirada que parece hipnotizarle, pues comienza a sentirse mareado.

—Y el pobre calló hasta que la vejez embargó sus recuerdos —le susurra la voz cansada pero solemne de la anciana, con un deje que parece arrastrar fantasmas de otro tiempo —. No se asuste, caballero. Será breve, en un instante estará dormido.

El cliente, incapaz de articular vocablo alguno, presa del pánico y de la parálisis causada por el líquido inoculado, se da cuenta de que su visita a la bodega está a punto de finalizar.

—Considérese afortunado, pocos son los elegidos. Su sangre será apreciada por otros paladares distinguidos.

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